miércoles, 18 de diciembre de 2013

El reencuentro cap. 1


CAPÍTULO 1

El Reencuentro



Una tenue luz atravesaba la persiana de la sala, todo estaba en silencio. Solo su respiración y el tic tac del reloj  recordaban que aún quedaba vida en aquella casa.
Suena la campana del patio, alguien llama. Baja a abrir, con torpeza, pues sus rodillas se resienten gracias a la humedad de aquella vivienda antigua. Al llegar a la cancela  descubre a un señor con aire extranjero, pero que le resultaba familiar.
-¿Buenas, digame, que deseaba?- Pronunció el anciano, casi sin aliento.
- Hola, buenas tardes. Estoy buscando al señor Diego Martín.
- Si, soy yo. ¿En qué puedo ayudarle?.
El gesto del visitante cambió de repente. Se quedó callado durante unos instantes y estudiando la cara del viejo musito: - Verá, ¿cómo podría explicarlo? mi, mi madre…..bueno, mi nombre es Fernando Mcdowell, vengo desde Miami, Estados Unidos. Mi madre, la señora Reyes Mcdowells...
Un sudor frío perló la frente del anciano. Era Fernando, no podía creerlo.
El americano prosiguió con la conversación:-...ella me explicó poco antes de morir que Diego Martín, es decir, usted,  fue su mejor amigo. Como última voluntad  me pidió que viniese en persona a entregarle esto - dijo Fernando al tiempo que mostraba al anciano una caja de pequeñas dimensiones que reconoció enseguida .
-Espere que le abra la cancela – Acertó a decir Diego, totalmente aturdido por aquella inesperada visita.
Antes de que pudiese darse cuenta estaba sentado en la mesa del patio junto a aquel hombre bien trajeado y con la misma mirada que tenía su difunta madre.
Con la caja en las rodillas y las lágrimas en la puerta de los ojos, sostuvo de nuevo aquellos dibujos, la bolita de cera roja, los carboncillos y las cartas que le escribió en aquellos años de soledad.
- Mi madre me habló mucho de usted y ...¿Se encuentra bien?.
Diego sufrió un desvanecimiento, seguramente provocado por la emoción. Era un hombre mayor, con malos hábitos adquiridos y poco acostumbrado ya a las sorpresas.
Al abrir los ojos la intensa luz de la sala le produjo vértigo y el estómago le dolía, sin embargo una imparable fuerza interior lo empujó a incorporarse. Intentó poner los pies en el suelo y fue entonces cuando cayó en que no estaba en su casa, aquella cama era mucho más alta y de tacto plastificado. Otro señor, anciano como él, con una sonda en la nariz, lo observaba fijamente. Estaba en el hospital.
- ¿Pero que demonios hago yo aquí? –Murmuró entre dientes y con la boca seca.
- Oh my God, how do you feel Mr. Martín?....perdón, ¿cómo se siente? - dijo Fernando, tras descubrir levantado al anciano.
Cuando Diego escuchó el discreto acento extranjero, entendió porqué estaba allí.
- Estoy un poco mareado y tengo sed, pero dígame ¿que me ha pasado? -
- Tuvo un infarto, lleva dos días aquí. Pero los médicos dicen que se pondrá bien.
- Quiero darle las gracias por asistirme, seguro que le he hecho perder mucho tiempo - dijo Diego disculpándose.
- No tiene que darlas, es lo que todos debemos hacer, ayudar a los demás. Y con respecto al tiempo, la única pena que tengo, es que para una vez que vengo de turista me he quedado con las ganas de subir a la Giralda. Ja, ja, ja.  
Ahora en serio, por desgracia me reclaman en la empresa, soy productor artístico y debo estar en mi país antes lunes para firmar unos contratos y poner un poco de orden allí. Los negocios, ya sabe, no se atienden solos - Concluyó Fernando.
- Veo que ha seguido los pasos de su padre - Dijo el viejo con tristeza y sin mirarlo a la cara.
- ¿Conoció usted a mi padre, señor?- preguntó Fernando.
- De vista, nunca llegaron a presentarnos. Recuerdo el día en que regreso tu madre al barrio enganchada de su brazo - Dijo Diego con una amarga sonrisa - Bueno, gracias otra vez,  pero no quiero entretenerle más, creo que debería irse al hotel a descansar- Exclamó el anciano superado por la situación.
- Quiero disculparme con usted - exclamó Fernando cambiando el tono y sorprendiendo a Diego y a su compañero de cuarto, que llevaba un buen rato entretenido con la escena.
- Mientras estaba inconsciente leí sin su consentimiento las cartas que escribió a mi madre. Lo se todo. Es usted mi padre ¿verdad? - Dijo Fernando acercando su mano a la del anciano.
- No me encuentro bien - contestó Diego recostándose sobre un lado y llevándose la mano al brazo izquierdo con gesto de dolor. Un pitido estridente comenzó a sonar de forma repetitiva y en menos de treinta segundos una enfermera apareció corriendo por el pasillo.
- Salga de la habitación, puede ir a la sala de espera- Dijo la mujer.

El americano no podía marcharse ahora, su verdadero padre estaba allí, en aquel hospital debatiéndose entre la vida y la muerte.  Debía quedarse, aunque tan solo fuese para acudir a su entierro.
Diego era un hombre solitario, nadie fue a visitarlo durante la hospitalización.
Pasaron los días y tras un cateterismo y un paseo por la UCI el anciano regresó a casa. Iba del brazo de su hijo, que no se movió de su lado durante el trance.
- Necesito conocerte. Quiero saber si tengo hermanastros y por qué la verdad ha estado oculta tanto tiempo. Quiero aclararlo todo antes de que sea demasiado tarde - dijo Fernando tuteando al anciano mientras adecuaba su cama.

- Yo solo soy el hijo del cisquero- exclamó Diego tras un largo silencio.